Como la cigarra…

 Por Néstor De Giobbi

“Enciéndanse… las nuevas luces del viejo varietté”
¡Y un día.. ¡Volvió el teatro!

Después de meses de silencio y oscuridad, en los cuales solo permaneció encendida alguna “luz de ensayo” para acoger piadosamente a los fantasmas de las salas, y como promesa de “Volveremos!”, en la noche del viernes 18 por fin las bocas de los escenarios bostezaron desperezándose  de su letargo, sacudieron el polvo de sus telones…  y personajes y actores volvieron la vida.

Y allí estaba el público, que venciendo temores y cumpliendo protocolos, salió a decirle al virus mas impiadoso de la última centuria…”Ya está bien…: Convivamos.”

Uno de esos bastiones del retorno fue la Sala Mirtha Legrand, del histórico Teatro (hoy, Complejo Teatral) Regina, de la Avda. Santa Fe.

Y los gladiadores que mutaron sus corazas por barbijos, encargados de la epopeya de Volver a Empezar (como la cigarra…) fueron los enormes Virginia Lago y Héctor Gióvine, que equivale a decir una vida ( …o mejor dicho, dos) de trajinar brillando escenarios y sets.

Los textos seleccionados, amalgamados y dirigidos por el propio Gióvine, no pudieron ser mejor elegidos. El desafío fue ciclópeo, considerando la belleza y la profusión del legado de la inolvidable María Elena Walsh, quien partiera hace exactamente una década, para quedarse para siempre.

La impecable labor de los intérpretes, apuntalada magistralmente por la cautivante guitarra de Mario Corredera como músico en escena, cumple el misterioso cometido de permitir el redescubrimiento, análisis y disfrute de letras, personajes y situaciones escritos una vida atrás, y presuntamente destinados a los niños. Así, Manuelita vuelve a salir de Pehuajó en pos de París, detrás del sueño de una efímera transformación para agradar a alguien, … que ya pasó. O el osito Osías insiste en comprar en un bazar cosas tales como tiempo para jugar, (de disfrute…) pero, suelto… no “de ese (el de las obligaciones…) que se guarda en un despertador”. Ni que decir de la referencia (nada menos que en el contexto actual), a la “vacu-vacuna” que, viajando en un cuatrimotor, llegara para dar fin al hechizo del Brujito de Gulubú…

Con pasajes desgarradores, como la doliente y contradictoria Serenata para la tierra de uno, o el trágico desahogo de la Pájara Pinta, llorando el duelo por su “Pájaro Pintón”, (que cada espectador resignificará en el contexto histórico de sus angustias individuales o colectivas más profundas), la portentosa Virginia Lago da pruebas (como si a esta altura de los acontecimientos fuera necesario…) del porqué es uno de los exponentes más altos de nuestra escena. Junto a la voz (un sello..) y el decir de su compañero de más de cincuenta años, brindan tributo a quien fuera su amiga y compañera en el arte y en la vida. Y, más aún: Nos permiten sospechar que aquellos textos, aparentemente escritos para “aquellos niños” del ayer, ..seguramente estuvieron en realidad destinados a aquellos niños crecidos, que en el futuro, tendrían la capacidad y las vivencias suficientes y necesarias para descubrir los códigos secretos, los subtextos escondidos en los entrelíneas, agazapados, esperando el momento de gritar “piedra libre!”, en nuestras conciencias.

Como ocurriera en el pasado verano marplatense, donde Lago fuera galardonada con la Estrella de Mar de Oro por este espectáculo, el público (con aforo) vuelve a premiar este trabajo con aplausos… “desaforados”.

Los viernes, sábados y domingos, en horarios “tempraneros”, es un entrañable deber acercarse al Regina para apoyar a nuestro teatro, a nuestros artistas, y para  decir, con una sonrisa, una lágrima y una reflexión íntima y silenciosa, un justiciero Gracias, María Elena.