Aquel hombre sonriente a la vera del río

Por Eva Matarazzo

La obra de Susana Torres Molina relata el día del secuestro y la desaparición de un mítico líder de la FAR y luego Montoneros, y busca reflexionar sobre cuestiones referidas a la militancia revolucionaria en los años 70´.

La historia es real, se refiere a Roberto Quieto, aunque en ningún momento se explicita su nombre. El 28 de diciembre de 1975 un grupo de aproximadamente diez hombres lo capturan y secuestran a la vera del Río de la Plata, en uno de los recreos que bordean la costanera. Ese día, el dirigente había concurrido con su familia, soslayando varias de las prescripciones que su organización había trazado un año antes, luego del pase a la clandestinidad. Después de su desaparición, el Tribunal Revolucionario lo juzga por haber violado una serie de normas que posiblemente él mismo había formulado.

Con un formato cercano al teatro documental, basado en un registro periodístico y testimonial, la obra propone una interesante confrontación entre las distintas voces y posturas ideológicas que forman parte de esta historia: Firmenich, Perón, la triple AAA, Arguindegui, los militares, los militantes, los medios de comunicación y “la gente común”.

Lautaro Delgado, interpreta a este militante revolucionario, que es el segundo en el rango de Montoneros y que se encuentra acorralado. Quieto finalmente propone buscar una solución política y se replantea abandonar la vía de lucha armada, en contraposición a la postura militarista de Firmenich. Ese domingo, él tiene la necesidad de ver a su familia y poder compartir un momento juntos, pero las cartas están echadas y su secuestro es inminente. Luego de su desaparición, su cuerpo nunca aparece.

Quieto es juzgado también en su ausencia por sus compañeros de militancia, sospechado de haber “cantado” bajo los efectos de la tortura. Pero si esto hubiese sido así no habría quedado ninguno en pie, dice una de las voces, porque él tenía demasiada información para darles y no lo hizo. De todas formas, quién podría responder por la reacción de su propio organismo ante el límite del dolor, cuando ya no es posible controlar nada, y te han despojado hasta de la categoría de persona.

La puesta de Juan Pablo Gómez expone el sistema de representación y utiliza el juego con los objetos y los sonidos como mecanismo de teatralidad. El espacio escénico cubierto de arena, la utilización de instrumentos no convencionales para generar sonidos (tachos, caños, teléfonos), los micrófonos de pie, las proyecciones en la pantalla del fondo y las medias máscaras de cartón (con la imagen de los distintos personajes), darán cuenta de una estética más cercana al teatro contemporáneo. Sin embargo lo atractivo es que a pesar de tener un formato más actual, la puesta logra captar muy bien el espíritu y el lenguaje de la militancia de aquellos años.

Los actores construyen a partir de la representación todo este universo discursivo y controversial que se genera. Sus cuerpos se apropian así de los diferentes discursos, entran y salen de cada situación, cantan y producen diversos sonidos. Son instrumentos dispuestos para contar este relato intenso y fragmentado.

La política, la militancia revolucionaria, los afectos y la vida cotidiana se presentan entremezclados y tensionados. Asimismo dentro de las organizaciones armadas se genera un exhaustivo debate que se extrema con el pase a la clandestinidad. ¿Cuáles eran las responsabilidades de un conductor revolucionario? ¿Cómo se entrelazaban las tareas propias de la militancia con la vida en familia?, ¿Cómo convivían, en este contexto, el deseo y la ética, el heroísmo y el miedo? La tortura, los quebrados, la delación, la traición, la sospecha constante, la posibilidad de ser chupado y la muerte, son temas escabrosos y que sólo pueden comprenderse desde aquel contexto de feroz oscuridad, en el que el sistema represivo se preparaba para aniquilar a todo aquel que se opusiera a sus planes. El miedo a tener miedo genera aún más terror.

Un domingo en familia, nos propone ser parte de este apasionante thriller histórico, cargado de teatralidad, con una interesante puesta y muy buenas actuaciones. Torres Molina logra poner nuevamente sobre el tapete ciertos tópicos sobre los años 70´, abriendo un inquietante campo de tensión sobre la construcción de la memoria. Una memoria construida a través de retazos y que irá develando nuestra propia historia.

Ficha artístico/técnica
Con: Anabella Bacigalupo, Lautaro Delgado Tymruk, Juan De Rosa, José Mehrez
Música en escena: Guillermina Etkin
Producción: Lucero Margulis
Asistencia de dirección: Esteban De Sandi
Música: Guillermina Etkin
Iluminación: Patricio Tejedor
Escenografía: Paola Delgado
Vestuario: Roberta Pesci
Dirección: Juan Pablo Gómez

 

Teatro Nacional Cervantes
Libertad 815. CABA. Tel 4816-4224
Funciones: De jueves a domingo a las 21 h